El invierno argentino trajo dos reediciones de libros de Pedro Mairal: Maniobras de evasión, en julio, y Breves amores eternos en agosto, publicados por Emecé, Planeta. El primero reúne una serie de textos seleccionados y editados por Leila Guerriero, que aparecieron por primera vez en las páginas de revistas como Brando, Soho, Orsai, Otro cielo, Dossier o en el blog personal del autor, y algunos de ellos permanecían inéditos al momento de la salida original del libro, en 2017. En el segundo se juntan los relatos de la anterior publicación del título, en 2019, y los cuentos de Hoy temprano, reunidos por Aguilar en 2001.
Los inicios
La localidad entrerriana de Curugazú, en la web, remite al pueblo –ficticio– de origen de Daniel Montero, quien a sus 17 años emprende un viaje a Buenos Aires para encontrarse con Sabrina Love, la porno star más popular del momento, gracias a un sorteo que gana en el programa de televisión conducido por la estrella femenina. Quien también ganó en esta historia fue Pedro Mairal, autor de Una noche con Sabrina Love (Emecé), la novela de iniciación protagonizada por Montero. El libro recibió el primer Premio Clarín Novela 1998 otorgado por un jurado que integraron tres premios Cervantes: Adolfo Bioy Casares, Agusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante.
“Se va llenando el salón y quedo parado en medio de ese gran cóctel repleto de caras desconocidas. Empieza la ceremonia. Todo sale en directo en el noticiero de las ocho. Mis amigos y mi familia miran desde sus casas. Desde el estrado, los presentadores, Canela y el actor Leonardo Sbaraglia, nombran las menciones, hablan del premio, de la cultura, de los jurados, del jurado de preselección. (…) El título de la novela ganadora es Una noche con Sabrina Love. Dios mío. Después dicen mi nombre. Nadie me conoce. Y es el big bang”. Esto escribió Mairal en su texto «El sobrino de Bioy», uno de los que integran la selección incluida en Maniobras de evasión.
Y continúa con el relato de aquella ceremonia con la que ingresó por la puerta grande y a través de la alfombra roja directamente al firmamento en el que brillan los principales escritores argentinos: “Tengo veintiocho años pero cara de dieciocho y me estoy atomizando, multiplicado en pantallas de televisores de todo el país con mi traje azul y mi melena escolar y las pocas frases que digo nervioso; entre ellas les agradezco a mis amigos, que me ayudaron a corregir el libro (…) Roa Bastos me cede su silla, quedo entre él y Bioy, que me dice ‘Arranqué a leer tu novela y no la pude largar hasta terminarla’. Es el mundo del revés”.
El texto, repleto de detalles y reflexiones acerca de la incredulidad y el estupor que le provocaba vivir aquella situación soñada y a la vez inesperada, finaliza con la explicación del motivo al que debe el título: por esos días él les relataba a dos amigos escritores –Fabián Casas y Whashignton Cucurto– en un auto que los llevaba a la radio en el que Casas hablaría sobre su libro de poemas, algunas circunstancias poco felices que le había tocado atravesar a partir de haber ganado el concurso literario. Una de ellas sucedió cuando su hermana fue a comprar la novela y le preguntó a quien atendía el local cómo escribía el tal Mairal. El librero sin dudarlo aseguró: “Es el que ganó el premio Clarín porque es sobrino de Bioy Casares”.
La escritura
La actividad del escritor es abordada desde distintos aspectos en otros de los textos incluidos en el libro: uno de ellos es el ya clásico «Detrás de Natalia»: “Natalia, la hermosa Natalia, atajaba muy bien y discernía. Sabía cuándo decir que sí, que iba, que allí estaría, porque adivinaba mi intención de aparecer en ese cocktail a emborracharme con amigos, y sabía cuándo aceptar ir a esa escuela lejana porque había algo que me caía bien en esos niños haciéndome preguntas inesperadas, y cuándo tomar un trabajo porque la plata era necesaria para pagar el arreglo de la humedad de la pared de mi casa, y cuándo comprometerme con ese artículo sobre el tema que justo me había estado dando vueltas por la cabeza los últimos meses. Ella me conocía mejor que nadie”, dice en esas líneas, en las que el narrador también confiesa que Natalia no existe y que nunca existió: fue un invento suyo para que alguien pudiese cumplir con la tarea de atajar “todos esos penales” y así poder dedicarse a escribir con tranquilidad.
En «Adiós, señora Ana», el narrador traza en primera persona una semblanza de su madre y también hace referencia a su actividad de escritor: “Se empezó a enfermar después de cumplir sesenta. Así que tuvo muchos años de salud y buena vida. Pero es una cuestión de perspectiva. Me queda su enfermedad en primer plano, tapándome el resto de su tiempo luminoso. Y eso es injusto. Por eso ahora salto a ese pasado, por encima de sus últimos años. Solo la escritura me deja hacer eso. Saltar al verano de mamá”.
Las distintas formas en las que una persona que escribe logra abocarse a su tarea aun al tener que cumplir con los eventos a los que es invitado, o en compatibilidad con su rol de padre, hijo, marido, amigo o viajero frecuente –“Mi patria es mi laptop”– están presentes lo largo de los textos.
Algunos de ellos fueron publicados originalmente en el blog personal de Mairal, El señor de abajo, uno de los infaltables en aquellos tiempos felices de lecturas encadenadas, cuando el scrolleo por la columna ubicada a la derecha de esos anotadores virtuales de escritores profesionales o amateurs conducía a las páginas de otros autores, y así el internauta avezado podía pasarse horas leyendo algunos de los grandes textos que producía la era, encadenados entre ellos con un simple click.
Breves amores eternos
Parece imposible dar con un título más indicado para los cuentos que reúne el libro: relatos de amores que son breves, sí, pero a la vez eternos como, quizás, lo sean todos los amores. Puede ser que algunos rasgos distinguibles de su autor puedan atribuirse también a otros: incluye en sus relatos encuentros sexuales pormenorizados al detalle, personajes que se ven de pronto atrapados en situaciones ridículas de las que no se vuelve, o a un chico que conoce a una chica en en un taller literario, donde ella escribe cuentos que transcurren en París, Ámsterdam o Nueva York, con personajes que, como ella, siempre están invitados a fiestas.
No es tan habitual, en cambio, que al momento de pensar en qué le gustaría tener en caso de poder pedir cualquier cosa en el mundo la chica del taller sueñe con un “hipnotizador personal”, que sea capaz de dormirla en los momentos muertos y despertarla para los ratos de acción: alguien que pudiera editar su vida. O que la mujer con quien un hombre casado planee un encuentro furtivo y pago se publicite en uno de los antiguos avisos clasificados del diario como «Zoraida tu giganta hermosa». Así inventa Mairal: tan bien como narra.
También desfilan por sus cuentos personajes como un hombre que, a partir de un mal chiste que le hace a su mujer al inicio del viaje pasa unas agobiantes vacaciones familiares en Punta del Este, de las que comienza a huir a diario para vivir inolvidables momentos clandestinos.
O Emilio, un joven que sale de su casa y de su vida conyugal vestido de fútbol, para llegar al departamento de un amigo en el que lo esperan daiquiris de fruta y una invitada, “medio brasilera”, con la que vive situaciones fogosas que derivan en una desopilante circunstancia vinculada a su anillo de casado que termina mal. Una mujer joven, madre y esposa, que vuelve a trabajar después de años abocada por completo a la familia y se involucra con un compañero de oficina, del que le habla a su psicoanalista. El cuento se llama «Cero culpa», como el clásico cliché porteño creado para describir situaciones como esa.
O un adolescente de Barrio Norte que se queda durante el verano en Buenos Aires para preparar materias del colegio mientras su familia veranea en Buzios, pero pasa su tiempo dedicado a duplicar videos porno con un amigo, en una videocasetera robada a un vecino que les cae mal. Los personajes masculinos, en general, parecen más conflictuados y enroscados en sus propias tramas que los femeninos.
Destellos del 2001
Hoy temprano, antología de cuentos incluida en la nueva edición de Breves amores eternos, abre con el excelente relato que da título al libro, en el que el narrador cuenta su vida desde los viajes en auto que realiza a través de los años.
A lo largo de las páginas siguientes desfilan personajes que trabajan en redacciones de revistas, chequean los mails en locutorios, y hasta uno que realiza una suplencia en una oficina de publicidad, donde un compañero juega a conducir un auto de Fórmula 1 en una computadora de grandes dimensiones que emite sonidos amplificados por dos bafles.
“Hasta entonces yo solo había oído hablar de internet, y esa mañana vi cómo se iban abriendo, desde arriba hacia abajo, lentamente, las fotos de mujeres desnudas, en una especie de striptease electrónico”, dice el personaje que realiza «La suplencia» del título del cuento.
Los inicios de la era web también están presentes en el desopilante «La virginidad de Karina Durán», donde el inicio de las relaciones sexuales de una chica es ofrecido en un sitio de remates de internet y la original propuesta da la vuelta al mundo. En otro de los cuentos, «Amor en Colonia», una pareja clandestina logra coincidir en un divertido viaje turístico en la cercana república oriental, tierra entrañable para Mairal, donde también transcurre su exitosa novela La uruguaya (Emecé), publicada en 2016. Pero esa es otra historia.
Maniobras de evasión y Breves amores eternos, de Pedro Mairal (Emecé).