Erri De Luca se fue de su casa en 1968, a los dieciocho años, “tras una infancia soportada como una cuarentena”. Mientras se alejaba, en el tren, la ciudad se iba metiendo bajo la piel “como esos anzuelos de pesca que, una vez que entran por las heridas, viajan por el cuerpo, inextirpables”. Su padre lloraba, pero dejó marchar al hijo sin una sola blasfemia.

Napátrida (Periférica) es una de las últimas gemas del escritor italiano que llegaron a las librerías argentinas. Allí su ciudad natal, Nápoles, la tierra que hizo famosa Diego Armando Maradona, quien aparece retratado en las breves páginas, es la protagonista esencial de una suerte de retazos biográficos del que llegó a la escritura por su voracidad como lector después de trabajar como alpinista, pescador, camionero, periodista y albañil.

Entre lo íntimo y lo público, lo privado y lo social, su estilo suele navegar a través de la soledad, la sutil observación, el compromiso político y los personajes de pequeños pueblos a lo largo de costas y montañas, donde la dimensión de la experiencia se despliega en capas de sedimento, tanto como en esos mares que dice amar.

Nunca ha vuelto a echar raíces

“Una ciudad no perdona la separación, que es siempre una deserción”, escribe luego cuando narra sus posteriores regresos y confiesa que nunca ha vuelto a echar raíces en ninguna parte. “Y, si bien no tengo derecho a definirme como apátrida, puedo decirme napátrida: alguien que se ha raspado del cuerpo sus orígenes para entregarse al mundo”, describe entre pasajes de su vida el autor de los notables Los peces no cierran los ojos, Aquí no, ahora no, y El más y el menos.

¿Cómo olía la ciudad del pasado? ¿Cuáles eran los recovecos y pasadizos que se recorrían por sobre la brisa marina de esa Nápoles barroca y de “preciosa mezcla de la promiscuidad”? “He aplicado a Nápoles una frase del profeta Ezequiel sobre la Jerusalén asediada: ´Ella, la ciudad, es la olla y nosotros somos la carne´. Fui niño en una ciudad olla, pero tuve que leer el Antiguo Testamento para saberlo”, acota, en otro fragmento.

Erri de Luca. Foto: Archivo Clarín.Erri de Luca. Foto: Archivo Clarín.

El fútbol, la infancia y los adultos, el amor por el viento y los muelles, las creencias religiosas, postales de nervios, risas, excesos y necesidades.Nápoles me adiestró los sentidos, de modo que pude conservar mi puesto en la maraña acústica de un taller, en el polvo perpetuo de las obras”, desliza De Luca, nacido en 1950.

La pelota, para De Luca, era un juego de suburbios. Y lo ubica a Maradona como el astro más fulgurante, un deportista adelantado a su tiempo y arquitecto del “triunfo breve” que subsiste perfecto en la memoria; no las docenas de títulos de liga, sino el par.

Nápoles, ciudad anarquista, recibió a Maradona como un regalo de América del Sur, cual contrapartida de los millones de emigrantes que zarparon desde el muelle de Beverello hacia el Río de la Plata. Su pie izquierdo fue el más sofisticado instrumento de precisión de la geometría y de los malabares del fútbol”.

Entre las páginas que incluyen semblanzas del comediante Totò y Giancarlo Siani, el periodista asesinado por la Camorra, o el teatro político de Dario Fo en los 70, surgen reflexiones sobre la propia escritura. “Quien escribe no debe ocupar demasiado espacio ni tampoco demasiado silencio a su alrededor. He escrito en lugares estrechos e incómodos porque provengo de la tupida humanidad de una ciudad abarrotada: ni puertas ni ventanas atrancadas salvaban del portaje sonoro de peleas, discusiones, comidas, cisternas, fiestas, lutos e insomnios ajenos. No podía uno oponerse, taparse los órganos: la densidad desbordaba, consumía el aire. El dialecto era una lengua de asfixiados: conciso, para emplear menos aire”, dice, haciendo un racconto de su prosa plebeya.

Relatos oídos en la niñez

Y resuenan los ecos de los relatos oídos en la niñez de una ciudad extenuada y estremecida, como los narrados por su madre y su padre, que volvió a hablar en napolitano mientras agonizaba. Lo sagrado y lo pagano, la sangre y la pasión de la pesca en una ciudad que fue invadida por Norteamérica, convertida en el burdel de paso de los marines y en “el dinero fácil de los puertos militares del mundo”.

En otro rincón, el escritor italiano se permite una denuncia de la arrogancia viril y la violencia machista. “Soy testigo y partícipe de una decadencia del género masculino, al que veo vacilar ante el femenino con una consternación que al final de convierte en furiosa arremetida contra las mujeres. Lo que acaba matando a muchas jóvenes es la rabia por el complejo de inferioridad que sienten algunos hombres rechazados”, dice, alrededor de soldados, pastas y apostillas de lo que escribieron otros sobre la ciudad, como Conrad y Jünger.

Especie de memorias del desarraigo, entre el diario íntimo y la crónica histórica y de viajes, con una lírica precisa y llena de imágenes, Napátrida –publicado por primera vez en 2006– es tan minimalista como encantador, tan nostálgico como lúdico en la belleza de la sustracción que ondula sobre el pueblo telúrico, ese lenguaje que parece contagiar con el pulso de su respiración porque “el cuerpo produce rimas físicas”.

Napátrida, de Erri De Luca (Periférica).