Cuando el escritor Hector Bianciotti analizó la obra del maestro Mario Gurfein en Francia, prefirió la literatura para describirla. “Tiene algo de terrible y de suave, de afectuoso, de miedo, de sombra, de nostalgia y de Aurora”. Él dijo, con su exquisito estilo literario, lo que a Gurfein le cuesta explicar cuando guarda el pincel.
Con más años en Paris que en Buenos Aires, Gurfein, violinista, actor, escenógrafo y ahora el último de los maestros de su generación, volvió a mostrar su obra en laGaleria Argentina de la capital francesa con la muestra Abstractions et figurations. Una colección de proas de barcos con la luz de protagonista, cajas de quesos transformadas en luminosos cuadrados y unos fondos fantasmágoricos, que son su ADN pictorico, con la técnica de la caseina disuelta a baño María con pigmentos. “Una vocación”, como la han calificado sus nietos, que son hijos del siglo XXI.
Asi fue su charla con Clarín Cultura en la Galeria Argentina, frente a su obra.
–¿Cómo organizó esta exposición, que es el trabajo de todo un año?
–Un poco más quizás. Son cosas que empecé a hacer hace casi dos años atrás. Eduardo Carballido me propuso hacer la muestra acá, en la galería, y yo le dije que sí, pero que íbamos a tener que elegir. Vino al taller y se llevó todo esto y a los dos días me llamó para que viera la exposición. De esto hace ya 10 días. Vine y vi una exposición que me interesó. Independientemente del hecho de que haya hecho yo todo lo que se ve, no es aburrida. Esta tiene como dinamismo.
–¿ Ha entrado en una nueva etapa pictórica?
–Creo que sí. Yo he tratado de reducir. Reducir y reducir la imagen o la cantidad de imágenes que yo ponía en mis cuadros. Y creo que estoy llegando a un mínimo y ese mínimo sigue siendo expresivo.
–¿Y por qué ese minimalismo?
–Porque menos es más. Paul Valéry decía: “De deux mots, le moins” (de dos palabras, la más pequeña). Yo creo que es importante, para mí en todo caso, reducir la cantidad de señales que doy en los cuadros, pero que sea eficaz, que le llegue a la gente. Tengo la sensación de que la gente recibe muy bien todo esto.
–¿Cuál es el mensaje de esta exposición?
–No sé si hay un mensaje. Creo, porque me lo han dicho muchas veces y quizás mi sensibilidad me lleva a eso, que mi mensaje es la soledad. Somos siempre uno. Y hay una síntesis en lo que yo pinto. Como estamos solos, cuando aparece alguien es porque hay una manifestación de amor, de deseo por el otro. Eso es lo que yo pinto.
–Ahora está usando técnicas medievales basadas con pigmentos, ¿cómo son?
–Yo trabajo con la caseína, que es un derivado de la leche. Se hace un fundido de unas piedritas a baño María y eso es lo que se mezcla con pigmentos. No es una técnica fácil. Yo la aprendí hace poco más de 30 años. Antes, me daba muchísimo trabajo hacer transparencias con el óleo y ahora uso esto y óleo también. Pero las transparencias salen casi como si fuera pintado con acuarela. Es una materia muy delicada, que a veces me gana.
–¿La tecnología ayuda para eso?
–La tecnología permite hacer imágenes que son muy interesantes. Pero no es lo mío. Yo nací en la primera mitad del siglo XX y por eso todavía me gusta usar las manos para fabricar mi pintura y para ponerla sobre la tela.Sí, quizás mi técnica sea muy arcaica. Pero la imagen no es arcaica y entonces sigo convencido de que es lo que me conviene.
–¿Qué significa el barco, que está en todas partes?
–Vaya a saber… He nacido en una ciudad de inmigrantes a la que llegaban todos por barco. Yo mismo trabajé en un barco de carga y sé lo que es el mar, las tormentas… Aprendí muchas cosas ahí y era muy jovencito: tenía 18 años. Pero las personalidades se manifiestan de manera muy clara en un lugar cerrado, donde hay que trabajar mucho para poder comer y dormir, que es lo único que se hace. Y a mí me parece que son las proas las que todavía avanzan. Mi padre llegó a la Argentina en un barco en el año 1923. Hace más de un siglo. Creo que el barco sigue siendo el símbolo y me sentí cómodo con esos barcos, que avanzan porque son siempre proas.
–¿Qué vínculo tiene ese barco, esas proas, con ese barco griego que lo trajo a Europa y que también era siniestro?
–Lo siniestro de ese barco griego era la diferencia enorme entre los buenos y los malos. Había algunos de esos marineros griegos que eran de una bondad sin límites, realmente generosos, y otros que trabajaban para pagar la dote de la hermana, que se quería casar en Grecia. Estaba bastante bien pago el trabajo. Otros, por su parte, eran unos reverendos hijos de puta, gente muy mala, fea, malísima. Yo vi un poco de todo, ví lo que es la especie humana.
–Pero usted era muy joven.
–Si, tenía 18 años. Tengo una historia linda porque me enteré de que había ganado un premio de pintura en la Argentina porque me mandaron un telex. Me llamó el radio del barco en una especie de inglés aproximativo. Y yo leí el telex y no lo podía creer ni podía compartir con nadie esa alegría. Le conté al contramaestre, que me felicitó aunque no sabía de qué hablaba, que era ganar un premio de pintura en la Argentina.
–Lo más importante de su trabajo es la luz. Lo marcan los críticos. ¿Qué rol?
–La luz es la dueña de todo. Los colores dependen de la luz. Sin luz, no se ve nada. La luz es incluso las escrituras sagradas… “y se hizo la luz”, dicen. Yo creo que, además, los pintores que yo admiro han trabajado con la luz: Turner, Velázquez, Goya. Es la luz la que comanda todo. También me comanda a mí.
–¿Y cómo se inspira con la luz?
–Busco la luz que me da el cuadro, porque hay cantidad de luces hermosísimas. Ahora no hay luz porque el cielo está gris, pero miro cómo se mueve esa hojita verde ahí, que la punta tiene mucha más luz en la parte de atrás. Y eso me atrae. Siempre voy a la luz.
–¿Cómo es su rutina de trabajo?
–Es una pregunta difícil de contestar. Me levanto, tomo el desayuno y me voy al taller. Estoy hasta el mediodía, cuando me preparo algo para comer. Duermo una siesta y sigo trabajando. De hecho, vivo en el taller, es mi vida entonces… La inspiración es una palabra muy delicada. Ya diría casi que inspiración es una imagen literaria.
–No hay inspiración. ¿Hay trabajo, dedicación?
–Únicamente, y de repente, digo: «Ay, yo hice eso”. Y trato de agarrarme de lo que he hecho y desarrollarlo, pero no hubo inspiración. La inspiración es el trabajo.
–¿Es la voluntad de conseguir algo distinto?
–Sí, es la voluntad de ver algo que no vi nunca antes y lo fabrico yo. Entonces eso da un gran placer.
–Y esas cajas que aparecen hoy en la exposición, ¿qué significan?
–Son cajas donde viajan los quesos buenos hasta la quesería. Yo tengo una quesería cerca de casa y las dejan delante de la puerta porque son muy útiles para prender una chimenea ya que es una madera frágil y seca. Con eso, yo las pinto y me gusta lo que da.
–Son colores muy brillantes.
–Si son colores que llaman. Además, me gusta el hecho de haberlas salvado de la muerte. Las pinto y me parece que tienen un cierto atractivo. Son variaciones de una abstracción ausente, pero que tiene un cierto atractivo.
–Usted es uno de los maestros que queda.
–Mucho dolor.
–¿A usted le moleste ese rol del último de los mohicanos?
–No, no me molesta. Me inhibe un poco. Y sí, soy maestro. Después de tantos años de trabajar, lo soy. Empecé a exponer cuando tenía 18 años. Ahora tengo 79, son muchos años de trabajar. Además, he enseñado y creo que eso ha sido útil. Además aprendo de lo que hago. Por lo tanto, soy mi propio maestro. Y sigo aprendiendo aún.
–¿Cómo se vale usted de de la tecnología en la pintura? ¿La usa?
–No la uso. Yo creo que es válido usar la tecnología para hacer imágenes. Pero una cosa son las imágenes y otra cosa, la pintura. A mí me gusta pintar. Me gusta agarrar un pincel y mezclar la pintura y pintar sobre la tela. Y a veces puteo porque me equivoco. Pero espero un poco y después, cuando lo vuelvo a ver, encuentro siempre algún trazo que me sirve para desarrollarlo bien.
–Las atmósferas fantasmagóricas de su obra, de alguna manera recuerdan a Monet y a Goya, ¿se inspiró en ellos?
–No estoy seguro. Yo tengo una admiración un poquito difícil. No admiro a todo el mundo. Pero a Goya lo admiro y a Velázquez y a Turner, que son magos. Yo quedo mirando las cosas que han hecho y me fascinan. Me parece extraordinario. Es la luz y los tres han trabajado la luz. Estuve en este verano en Mónaco viendo la exposición de Joseph Mallord William Turner. Es extraordinario y porque él era un dibujante muy preciso, pero de repente se lanzó a la luz y la encontró.
–El crítico y amigo suyo Héctor Biancioti dijo que su obra “tiene algo de terrible y de suave, de afectuoso, de miedo de sombra, de nostalgia y de Aurora”. ¿Biancioti tenía razón?
–Por ahí tenía razón. Es que los escritores tienen una manera muy particular de ver lo que yo hago. Yo he descubierto lo que hago muchas veces leyendo lo que han escrito sobre mí.
–¿Lee las críticas? ¿Los críticos entienden lo que usted quiso hacer?
–Es difícil criticar lo que yo hago porque está muy bien hecho. Yo soy consciente de eso, porque mi técnica no es perfecta porque la perfección no existe, pero es muy avanzada. Yo sé pintar digamos. Pero a veces, encuentran cosas que yo ni siquiera imaginaba. Me hacen descubrir lo que yo pinté. Cuando yo me pongo delante de una tela blanca y empiezo a pintar, no sé lo que voy a hacer. Pero poco a poco, la materia me va guiando.
–¿Cómo influye para usted la realidad en la pintura?
–Soy muy consciente de lo que sucede en el mundo. El mundo entero ha tomado un viraje muy malo. Hay guerras por todos lados. Para mí lo que está sucediendo en el Líbano, en Gaza, en Ucrania y Rusia, todo eso es la tercera guerra mundial. Lo que sucede es que se da de otra forma. Es tremendo. Usan armas terriblemente sofisticadas. El asunto de los bippers es tremendo.
–En el 2001, cuando aparecieron sus primeros ranchitos, usted me contó que era la crisis argentina. ¿Qué son los ranchitos?
–De vez en cuando vuelven porque forman parte de mi. Vuelven a aparecer porque yo los llevo conmigo. Yo no soy un rancho, no soy un gaucho, pero he frecuentado bastante el campo de la Argentina. Creo que es algo que ha quedado en mí. El rancho es un símbolo de pobreza, pero también es un refugio. También el campesino argentino necesita tener un techo, abrigarse o escapar al calor y ahí lo tienen, en el rancho.
–¿Extraña la Argentina?
–En este momento no la extraño. En este momento me da pena la Argentina. Mucha pena y un poquito de indignación. Yo tengo un cariño entrañable por ese país. El tango es algo que me acompaña mucho. Esa mezcla de melancolía y de sentimientos más difíciles.
–Ustede no sólo es pintor. Comenzó por el violín. También fue decorador, escenógrafo teatral, ¿qué queda de eso?
–Me queda un buen recuerdo. Fui actor en un espectáculo con Nélida Lobato. Ella era la superestrella. La pieza se llamaba Érase una vez Nélida Lobato y era bastante buena. Yo hacía un sketch donde la insultaba y el teatro se venía abajo de la risa. En todo caso, esa experiencia del teatro me ha gustado siempre. También hice decorados para Norman Briski. Hice varias cosas en el teatro y tengo un buen recuerdo.
–¿Va a seguir pintando?
–Por supuesto, yo me voy a morir con un pincel en la mano. Hace un tiempo tuve una experiencia hermosa con mis nietos. Tengo una relación fuerte con ellos y aprendo. Creo que soy un poquito menos tonto gracias a ellos porque me enseñan otras cosa. Son más libres. Nacieron en el siglo XXI y tienen otra manera de pensar.