Es curioso. En el Curso de Literatura Argentina(2024) que Jorge Luis Borges dictó en la Universidad de Michigan en 1976, encontramos a nuestro escritor hablando de temas que no siempre son los de su especialidad. Estamos acostumbrados a que, cuando Borges nos habla de la Divina Comedia o de Léon Bloy, aprendamos cosas sobre la Divina Comedia o sobre Léon Bloy. Pero cuando Borges nos habla de Historia Argentina, en cambio, algunas de las cosas que afirma, nos resultan más sospechosas.
En algunos casos, sus capacidades de fabulación traspasan lo verosímil: de tan reales, se vuelven increíbles. Leamos si no un fragmento. Si pudiéramos adjudicarle un título a los fragmentos de los libros que citamos, el fragmento que sigue se podría titular: Fundación mitológica de la pampa: “…se pregunta Groussac en su libro Mendoza y Garay: ‘qué vieron los españoles que llegaron al lugar donde ahora se levanta la ciudad de Buenos Aires?’. Pensamos en la pampa, lo que se llama ‘la pampa húmeda’, esa llanura verde. Groussac observa que esa imagen es falsa: sin duda en aquel tiempo había una llanura parda –desde luego habría zonas pastosas–…” Y luego –prosigue Borges– los españoles trajeron consigo a los animales, caballos y vacas, que los expedicionarios de Pedro de Mendoza, tras el fracaso de la fundación, debieron abandonar. Y esos animales se transformaron en las manadas silvestres de briosos y vacunos que poblaron nuestra llanura. Es interesante. Borges lanza la hipótesis acerca de que fue un nuevo ciclo importado del pastoreo, y no una cosa natural, lo que dio origen a la pampa. Lo dice porque lo afirma Groussac. Pero también, porque lo consultó con estancieros de Uruguay, Buenos Aires y Entre Ríos. O sea, hasta la pampa –la propia tierra–, es una cosa “importada”.
En un recinto universitario de norteamérica, en un invierno boreal de los años 70, Borges se muestra preocupado por el tema de la importación. ¿Qué cosas son verdaderamente nuestras? ¿Las hay?
Una teoría de la importación
Ignacio de Anzoátegui (1905-1978), por ejemplo, fue un escritor argentino nacionalista católico. Antisemita, admirador de Hitler, solía acusar a Sarmiento de haber introducido en el país a las maestras normales, a los italianos y a los gorriones. Borges, que conocía esta acusación, en los EE. UU. elige defender a Sarmiento. Pero sin nombrarlo a Anzoátegui. Refuta el mito de la introducción de los gorriones por Sarmiento.
El autor de El Facundo, siendo Presidente, participa de una suelta de aves en Plaza de Mayo en 1871. Pero hacia la misma época, Emilio Bieckert, añorando su Baar natal, hace traer 13 jaulas con gorriones para introducirlos en el país. “En cuanto a las maestras normales, creo que han hecho mucho bien. Y creo que la inmigración italiana también ha mejorado a nuestro país” –prosigue un inhabitual Borges, reivindicando no solo el cosmopolitismo de Buenos Aires, sino también la influencia de Italia en el arte argentino.
“Sarmiento importó otras cosas, que ahora son parte del paisaje argentino; los eucaliptus, por ejemplo, que trajo de Australia […]. Sarmiento creía que la vegetación, los árboles, el paisaje, influían en el carácter de la gente. Creía que, trayendo árboles de otras partes, haciendo, como me hizo notar Henríquez Ureña, del paisaje de la Provincia de Buenos Aires un paisaje europeo, estaba educando al país, y creo que tenía razón”.
Leemos en las transcripciones de las clases de Borges en Michigan. Y continúa: “Groussac habla de las cargas de caballería de Sarmiento contra la ignorancia. El hecho es que sembró el país de libros en inglés, en francés, en italiano, a veces en alemán; y así, dice Groussac, recorriendo el país, uno podía encontrar, en una pulpería, en un almacén de campaña –en un saloon–, libros impresos en París o el Londres o en Roma, una especie de erupción pedagógica. Eso sin duda hizo bien al país: sembrar así, al voleo, como dice Groussac.” ¿No hizo acaso eso mismo Borges en su obra, insertando como semillas, entre sus páginas, citas en francés, en inglés, en alemán, en italiano…?
Borges parece estar haciendo un uso extensivo de aquella hipótesis explorada por él en “El escritor argentino y la tradición”, cuando llegará a afirmar, con aquella memorable sentencia, que nuestro patrimonio es el universo: “…no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara.”
Pero hay acaso una razón poética, literaria, profundamente relacionada con su obra y que justifica esta apología de la importación que Borges vuelca sobre toda la Argentina. Hablando de la importación de libros, Borges señala que todo el país es hinterland –una zona portuaria de frontera, una tierra detrás–.
Así, en 1976, en sus clases sobre Historia de la Literatura Argentina en Michigan, Borges nos recuerda la cantidad de cosas que, reclamadas por la argentinidad, son de origen extranjero. Borges piensa en el territorio argentino como un reino de la importación. Algunos datos históricos –no todos los menciona en el libro–, nos ayudarían a fortalecer su visión:
– El caballo y el ganado vacuno: introducido por los españoles desde los tiempos de la Primera Fundación de Buenos Aires.
– Las bombachas de gaucho –del árabe, sarāwīl–: introducidas por Urquiza en 1856, como parte de un remanente militar del uniforme de los zuavos franceses, tras la firma de la Paz en la Guerra de Crimea.
– Los gorriones: introducidos por Emilio Bieckert circa 1870 junto con las máquinas de su cervecería, y como signo de una añoranza por su Alsacia natal.
– El eucaliptus: introducido por Sarmiento en 1857, a través de la siembra en el Parque Pereyra Iraola y en diferentes lugares de la Provincia de Buenos Aires.
– La historia de Charles Gardès –más conocido como Gardel–: nacido hacia 1890 en Toulouse.
– Las liebres, introducidas por el Cónsul de Alemania en Rosario, quien hizo una suelta de cuatro casales en la estancia La Hansa, en la zona de Cañada de Gómez.
– Y todo eso sin comentar nada del mate, esa otra herencia guaraní. Y un largo etc.
En 1976, Borges se encuentra especialmente interesado en mostrar el carácter universal del ser nacional. Para ello esgrime el argumento contrario. No señala las exportaciones de la Argentina. Sino una virtud inversa. La costumbre argentina de incorporar como propio lo extranjero. A la hora de decidir si hay una cosa que sea propiamente argentina, Borges no duda en afirmar que sí la hay. Esa cosa única y esencialmente argentina, es El Martín Fierro.
De las diez clases que Borges dicta en Michigan, si leemos solos las primeras, nos llevamos la impresión de que la Argentina es un país de gauchos o indígenas. En la introducción habla de quechuas y querandíes, de Incas y de nuestras tribus nómadas. Conforme avanzan los capítulos, Borges va hablando de El Facundo, del Santos Vega, del modernismo, de Leopoldo Lugones, de Paul Groussac…
Borges, Profesor
Eric Hobsbawm decía que el siglo XX había sido un siglo corto –porque comenzaba con el estallido de la Primera Guerra, en 1914, y terminaba en 1989, con la caída del Muro de Berlín–. La Historia de la Literatura Argentina de Borges es también breve. Comienza en 1810, con la Revolución de Mayo, y llega hasta 1926, con la publicación de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes.
Entre medio de las reflexiones sobre libros, introduce Borges relatos oídos desde niño en la historia familiar. Nos relata leyendas que le oyó contar a su propia abuela –Fanny Haslam–, o historias de las que oyó o supo algo en sus visitas al Uruguay o a estancias de la provincia de Buenos Aires. Ante un público extranjero, Borges se muestra interesado en mostrar una fundación gauchesca de la literatura. Para Borges, la gauchesca constituía algo así como “el rasgo diferencial de la literatura argentina.” Y discute con ideas de Ricardo Rojas volcadas en su Historia de la Literatura Argentina (4 tomos, entre 1917-1922).
Entre quienes asistieron alguna vez a sus clases, suele ser común el comentario: Borges no era, lo que se dice, un gran profesor. O no era, al menos, un profesor clásico. Solía ir a clase flanqueado de “adoratrices”. Isaías Lerner (1931-2013), profesor durante muchos años en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, autor de un texto ya clásico –“Borges, profesor”–, en una entrevista que tuvimos oportunidad de hacerle poco antes de su muerte, llegó a hablarnos de sus impresiones. No siempre era mucho lo que se aprendía en sus clases –decía–: “pero en cambio, de lo que podías aprender muchísimo, era sobre su literatura”.
La fascinación para él era escucharlo a Borges: “Él no tenía preparación académica ninguna. No era un scholar ni era un investigador.” Cuando Lerner fue alumno suyo, en 1956, en su primer curso sobre Literatura Inglesa de la Universidad de Buenos Aires, encontró que “la primera clase era sobre Chaucer y comenzó hablando, por supuesto, de Estanislao del Campo. Pero en algún momento dado todo estaba unido. La idea era que la literatura no tiene nada que ver con nombres o con sucesiones históricas o cosas por el estilo. Él siempre hablaba de una historia de la literatura que debía hacerse sin nombres de autor. Y yo tenía pasión por los textos de Borges, por lo que él decía, por lo que él escribía”.
Algo de esa concepción borgeana de la literatura aparece en sus clases de literatura en Michigan. Otras dos destacadas profesoras, especializadas en Literatura Española y que también fueron sus alumnas, solían contar que sus clases no solían ser fácilmente comprensibles. Borges, no lo olvidemos, además de padecer ceguera, también solía tartamudear. Eso, sumado a la gran afluencia de público que acudía a sus disertaciones, hacían compleja la escucha: “Después nos enteramos que habíamos sido alumnas de un genio. Pero en aquel entonces no nos habíamos dado cuenta”.
Historias de la Independencia
Hay otra cosa curiosa, que Borges insinúa, y es que en la interna colonial entre españoles y criollos, los españoles debieron de ser bastante uppish –arrogantes, presuntuosos–. Y que contra esa petulancia, de seguro también debió levantarse la Revolución de Mayo.
Borges aclara que no debió de haber sido solo por eso. Debió de haber existido algo más hondo: “tiene que haber habido el deseo de ser distintos”. Pero atribuye la Revolución de Mayo también a un motivo no político, más secreto, más social.
Así como en el presente se está comenzando a señalar que el resentimiento y el odio pueden ser un combustible único para la movilización de las voluntades, en los EE. UU., en una clase sobre los orígenes de la Literatura Argentina, Borges señala que también la Revolución de Mayo pudo haber sido por una razón similar: contra uppish peninsulares, hijos menores de una nobleza que, no teniendo a quien subyugar en Europa, recalaron en el Río de la Plata con el afán de ostentar una suerte de nobleza segunda.
Desde esta perspectiva, también cobra un sentido nuevo esta política borgeana a favor de lo criollo, lo propio, lo nacional; pero sin hacer ningún alarde en favor de “lo propio”, “lo nacional”.
Para Borges, que confraternizaba con una idiosincrasia inglesa de clase media, para quien un signo de grandeza consistía en la aceptación estoica de nuestro destino, la arrogancia nobiliaria por vanidad, de seguro debió parecer algo absurdo. Así se comprende también que, en el cenit de su consagración, entre actos de condecoración y homenajes, Borges elija hablar a sus estudiantes de un tema acaso bajo, en absoluto nobiliario, como lo es la gauchesca. El gaucho para Borges era una suerte de interfaz entre la civilización y la barbarie, una suerte de brazo ejecutor inconsciente, que llevaba hasta los confines de las fronteras los valores de la civilización. Borges lee al gaucho como un agente de la civilización, no de barbarie.
Borges nos habla de un tiempo que es anterior a la idea de nación que hoy concebimos. De un tiempo en que, por ejemplo, las diferencias entre “cristianos” e “infieles” o entre unitarios y federales eran más importante que las diferencias entre uruguayos y argentinos. Si sacudimos un poco la historia, entre esas diferencias de base –que tribalizan nuestra identidad–, tropezamos también con lo actual.
La memoria de Martín Fierro
La Historia de la Literatura Argentina que Borges emprende, no tiene más de ciento cincuenta años. Y aunque esté dando su curso en enero del 76, él está leyendo desde los años 50. En 1953, por ejemplo, Borges había publicado –en colaboración con Margarita Guerrero– su estudio crítico sobre El Martín Fierro. Y en el 55, junto con Adolfo Bioy Casares, había publicado una compilación de la poesía gauchesca. Con esa bibliografía, invitado por Donald Yates, Borges y María Kodama aterrizan en Detroit el 2 de enero del 76.
Allí fueron recibidos por el anfitrión, que los trasladó hasta East Lansing, donde se encuentra la universidad. Allí, en un departamento de Cherry Lane, Borges dictó a María Kodama el que sería su último cuento: “La memoria de Shakespeare”.
Cobra otro sentido compulsar esto a la luz de las copiosas estrofas de poesía gauchesca que Borges recita de memoria ante sus alumnos de Michigan. Borges se ufana de ello. “Ustedes verán” –les dice anticipando la materia de una próxima clase– “que no voy a tener que tener ningún texto conmigo porque yo sé páginas y páginas de memoria”. Y de esos ciento cincuenta años de literatura, que ubica entre 1810 y 1926, Borges destaca no más de unas diez obras rescatables: “lo cual no está mal para ciento cincuenta años” de historia –agrega–. ¿Para qué esperar más?
Como señala Nicolás Helft en el prólogo: “El curso de diez clases […] es una historia personal, y por momentos irreverente, de nuestra literatura.” Hasta hace poco, las clases eran desconocidas. Donald Yates (1930-2017), además de haber sido de los primeros traductores de Borges al inglés –Labyrinths, 1962–; además de invitarlo varias veces a los EE. UU. a dar cursos y conferencias; también tuvo la feliz idea de grabar sus clases.
Le entregó las cintas con la voz de Borges a Nicolás Helft en una de sus últimas visitas a Buenos Aires. En las 288 páginas del libro, vislumbramos las formas en que la literatura ejerce su derecho a ser caprichosa. En 1976, Borges es un niño grande que juega con la literatura. Y usa, la materia toda de la historia, como un juguete.
Curso de Literatura Argentina. Universidad de Michigan, 1976, deJorge Luis Borges (Sudamericana).