Que un judío polaco haya emigrado a Argentina en las primeras décadas del siglo XX no es un hecho infrecuente. Que en este país haya sido parte de la Zwi Migdal, la organización que explotaba sexualmente mujeres, ya le agrega otro color. Que haya regresado a Varsovia junto a su mujer y su hija de seis años poco antes de la invasión nazi sobre Polonia y que por el comienzo de la Segunda Guerra Mundial no haya podido escapar, le suma escozor a la historia. Y que, ya en el campo de concentración de Treblinka, este hombre, conocedor de que su pareja y su nena días antes habían sido asesinadas en las cámaras de gas, mate de un puntazo al segundo jefe de ese infierno, vuelve al relato tan fascinante como inverosímil. Sin embargo, así fue la vida real de Meir Berliner, retratada en la novela de Gustavo Sierra, histórico corresponsal de guerra de distintos medios, como Clarín.

Gustavo Sierra
Editorial Marea.
Macerada con un trabajo de archivo notable, que incluye, entre otras cosas, consultas a organismos polacos, argentinos y judíos y la lectura de una bibliografía amplia que permite desde revivir al rosarino Barrio Pichincha hasta repasar qué sucedió tras las alambradas de Treblinka un día de septiembre de 1942, la obra permite, por un lado, bucear la vida prostibularia argentina y una atmósfera enviciada por la corrupción judicial, policial y política. Y por el otro, hace presente el Holocausto y el rescate de un acto desesperadamente heroico del protagonista, al terminar con la vida del subjefe del campo, el SS Max Bialas.
Un bar de Barracas, sobre la Avenida Montes de Oca, con los bufidos de los colectivos de fondo, es la locación para la entrevista con Sierra, a propósito de Berliner. El vengador de Treblinka (Marea).
–Más allá de que la de Berliner era una historia casi desconocida, ¿qué otro elemento te atrapó de ella?
–El Comité Judío Latinoamericano había hecho una invitación a un pequeño grupo de periodistas latinoamericanos y nos llevaron a Varsovia, a Cracovia y a distintos campos de concentración. Y volví realmente tocado por lo que había visto. Por otro lado, donde vayas por el mundo, levantás una piedra y encontrás un argentino o alguien que vivió en Argentina. Hay mucha tela para cortar sobre eso, están los funcionarios de embajadas argentinas que entregaron salvoconductos a judíos o, al revés, los que bloquearon esas entregas e hicieron propaganda nazi. Hubo de todo. Uki Goñi lo ha escrito muy bien en sus libros.
Y luego de ese viaje fui al Museo del Holocausto, en Buenos Aires, y ahí hay una historiadora, Marcia Ras, que me menciona a Meir Berliner y me cuenta que mata al segundo comandante de Treblinka. Y me parece una historia extraordinaria, y es extraordinario que se conozca poco. Cuando intento buscar información sobre Berliner en Argentina no había nada. Eso me llamó mucho la atención y me motivó más. Fui a Polonia, recibí cosas desde allá, pero de los archivos nacionales no tenían nada, de la cárcel de Varsovia a la que iban a parar los extranjeros del Ghetto tampoco mandaron nada. Berliner había dicho que había hecho el servicio militar en Argentina, no encontré nada en el Ejército.
Y entonces empecé a mirar lo de la Zwi Migdal, ya estaba convencido de escribir esta historia. Me topo con un libro ignoto del comisario Julio Alsogaray, Trilogía de la trata de blancas. Era un ejemplar fotografiado, y estaba la página de los integrantes de la organización, y ahí aparecía Berliner. Como historiador no podría afirmar algo definitivo con esto, pero como periodista y para una novela era la explicación. Y lo de Alsogaray me da otra respuesta, y es que habían comprado todos los jueces y policías para borrar los archivos. El propio Alsogaray lo cuenta y se queja amargamente de que lo echan de la Policía. Todo eso explica además la Argentina en muchos otros aspectos, porque Alsogaray creía que con el golpe de Uriburu venia una regeneración republicana y sucede lo contrario.

–¿Qué elementos de las técnicas novelísticas decidiste usar?
–En principio sigo siendo un periodista. No soy un novelista. Todo esto está basado en hechos que fui encontrando. La trama de la novela está en el hecho de que yo no sabía quién era la mujer de Berliner, entonces la imagino en esta circunstancia (nota del r: cooptada por la Zwi Migdal) y de esas maneras. Solo sabía que Berliner había sido enviado por los nazis a Treblinka con su mujer y su hija.
–Roza, la mujer, tiene un protagonismo fundamental. ¿Cómo construiste al personaje?
–De la mujer de Berliner nunca se supo su nombre verdadero. Cuando me puse a leer sobre las mujeres que trabajaban para la Zwi Migdal, iba conociendo lo que ocurría en la Argentina en ese momento. Cuando te metés, encontrás las raíces de lo que somos hoy. Los testimonios de las chicas que se habían atrevido a hablar me fueron llevando a tratar de reconstruir a personajes similares. También reconstruí Rosario, porque no sé si Berliner estuvo, pero era la ciudad más importante para la Zwi Migdal. Por eso el barrio de Pichincha me parecía un escenario fantástico. El barrio lo reconstruyo con los libros de Rafael Ielpi, un historiador rosarino. Sus libros son más bien inhallables aunque son fundamentales.
–¿Y a Berliner cómo lo pensabas?
–No lo quería juzgar, quería describirlo. Me fascinó por esa dicotomía, ser héroe y villano. Era un muchacho joven de Polonia, no fue un socio de la Zwi Migdal, era un colaborador. Me parecía que de alguna manera tenía la impronta del caballero, del villano humano. Tal vez lo mostré de una manera un poco más amable, en ese sentido. Él tenía esa contradicción. Y quise describirlo de esa manera. Tenía que existir gente en la organización de esa manera, al menos en mi lectura.

–¿Qué formación literaria registrás que haya sedimentado en tu escritura?
–Leí mucho a Hemingway, obviamente. Eso está en las frases cortas y en mi formación formó como periodista. También, cuando empezaba en el periodismo era la época de la transición en España, y leía El País de España, que era la Biblia. Por ejemplo, las crónicas taurinas, sin saber en sí de tauromaquia. Aparte, todo el boom latinoamericano, también el Gordo Soriano: cada vez que sacaba una novela era una fiesta para mí, aunque está un poco olvidado y algunos tienen una mirada peyorativa sobre él. A Arlt le pasaba lo mismo. Y luego fui influenciado por los guiones televisivos. Gané una beca para la Universidad de Boston, hice una Maestría en la Escuela de Comunicaciones. Dentro de la beca fui a trabajar a la CNN, en Atlanta. Y cuando llegué estaban empezando el primer servicio en español. Conocí grandes escritores de guiones, eso me marcó mucho. Esa formación en guiones se relaciona con las frases cortas y directas de la novela.
–¿Qué elementos de esa Argentina de los 30 descubriste y cuáles de ellos permanecen?
–Era una época donde la mafia y la corrupción estaban enquistadas en la política y en la sociedad argentinas y también lo estaban en Nueva York, por ejemplo. La gran diferencia que hubo es que en Estados Unidos el sistema pudo controlar la mafia y la corrupción. Una vez un agente de inteligencia alemán me dijo: “En Alemania tenemos corrupción, pero nuestra sociedad tiene un nivel de aceptación de la corrupción bajo y eso hace que se controle y no pase de ciertos niveles”. Estados Unidos lo pudo controlar, Alemania también. Argentina no pudo ni puede y eso hace no solo que tengamos estos altísimos niveles de corrupción y de mafia sino que también provocó la decadencia cultural que padecemos. Eso está subyacente en Berliner. Eso está, aunque sea una décima capa que encontrás en el libro.
–¿Qué decisiones de forma y fondo tomaste para contar situaciones tan dramáticas como las ocurridas en el Ghetto de Varsovia y en Treblinka?
–La escena de Treblinka y la muerte del comandante y de Berliner las fui imaginando de acuerdo al relato del sobreviviente y de otros sobrevivientes. Lo del Ghetto quizá tenga más que ver con mi experiencia en zonas de guerra; en una zona de guerra ficcional todo transcurre en un tiempo determinado y en una zona real todo transcurre junto a la vida cotidiana normal. En Irak yo veía desde un hotel cómo en el medio de un bombardeo aparecía un autobús rojo, y paraba en una esquina y subía la gente. Te das cuenta cómo sobrevive la vida cotidiana, porque el ser humano intenta mantener su cotidianeidad en medio de la guerra. Eso intenté contar con las escenas en el Ghetto.

–Esta novela se armó, en buena medida, en base a la lectura de libros en papel y de archivos tangibles. ¿Podrá hacerse algo parecido en cincuenta años, pese a que no sabemos qué de todo lo que circula en forma digital sobrevivirá?
–Hay notas mías que ya no las encuentro en Internet. Ahí va a haber una grieta entre lo digital y lo analógico, donde habrá un grupo de resistencia analógica. No es que esté pensando en ciencia ficción pero algo de todo eso va a aparecer porque si no va a ser muy difícil reconstruir muchas cosas. ¿Quién guardará toda esta información?