«Estás solo, tú y la gran pantalla» anunciaban a bombo y platillo antes de la proyección de ‘Padre no hay más que uno 5’ mientras estaba rodeado de familias, niños que claramente no querían estar ahí, jubilados y jubiladas con la tarjeta de Cinesa y un par de parejas despistadas que no sabían la que se les venía encima. Solo yo, la gran pantalla y un montón de gente alrededor, como no esperaba menos de un estreno de esta saga. En cualquier película, la imagen se habría pausado en la imagen de un cuarentón, sentado solo, con cara de desesperación, y una voz en off diría «Os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí». La respuesta no os sorprenderá.
Torturas no hay más que cinco
Cuando en la redacción de Espinof preguntaron quién estaba dispuesto a ir a ver ‘Padre no hay más que uno 5’, levanté la mano. He visto las cuatro anteriores, al fin y al cabo, para intentar comprender el fenómeno pop, y lo único que me faltaba era terminar la pentalogía como es debido: con su público, el día del estreno, en el cine más grande posible. Y tengo que decir que, después de pasar por esta experiencia, sigo sin entender absolutamente nada: estaba convencido de que había un público que se divertía con esta saga, que reía a mandíbula batiente, que gozaba con cada respuesta sarcástica del personaje de Santiago Segura y con las interminables subtramas de los niños.
Pero lo que vi, durante una hora y cuarenta minutos, fue muy diferente: risas nerviosas aquí o allá, una gran carcajada general (en la escena donde uno de los personajes se hace pis encima) y una sensación de alivio común al terminar. De hecho, el niño que tenía al lado, mientras pasaban los títulos de crédito (que hacen un homenaje a la saga), gritó «Si se ha acabado, ¿por qué no encienden las luces ya? ¡Me quiero ir!». Por el camino, otro chaval, muy entregado, afirmaba que era «La mejor película de la historia del mundo» y una niña decía, claramente decepcionada, «No me ha gustado nada, no es como las otras». Reacciones encontradas, vaya.
Durante seis años, cada vez que he dicho algo sobre ‘Padre no hay más que uno’, he recibido la cantinela de que «Al público le encanta». Ahora puedo decir que las únicas personas a las que escuché reír fueron a unas jubiladas a las que les parecía graciosa cada frase pronunciada por un niño, fuera la que fuera. Y ese no es el público base al que Segura quiere llegar en este interminable tour para blanquear su imagen. Ojo: no tengo nada en contra del público que va a ver ‘Padre no hay más que uno 5’, pero sí de los productores que creen que un producto de tan ínfima calidad en todos los sentidos es lo que este público quiere y merece ver. Porque sí, incluso con el cerebro reblandecido por la ola de calor y el momentáneo placer del aire acondicionado y el refresco fresquito, esta última parte tampoco hay por dónde cogerla.
Segura no hay más que uno (por suerte)
¡Ojo! Esta quinta entrega me ha parecido la mejor de todas (gracias, sobre todo, a los chistes por corte y las «imaginaciones» de los personajes), pero no por ello deja de ser un absoluto despropósito en el que las tramas se amontonan, la parte visual tiene el mismo tono que cualquier sitcom televisiva y los chistes se basan en que los niños dicen algo y Santiago Segura les replica con una mala leche muy medida para seguir dando la imagen de yerno perfecto. Y entre amiguete y amiguete, la saga termina con un cliffhanger que amenaza con otra secuela más dentro de un par de años. Sí, es la que estáis imaginando, ¿cuál va a ser?
Al final, supongo que ir cada verano a ver el ‘Padre no hay más que uno’ correspondiente es, más que un disfrute, un simple acto social, una tradición familiar con la que no va a haber sorpresas, se van a engullir palomitas y vas a poder disfrutar de un par de horas tranquilitas. Bueno, más o menos: como en toda película con niños entre el público, uno empezó a patear la butaca de delante, otra decidió tapar la pantalla manteniendo una pajita en alto (hasta en seis ocasiones), otro más se puso muy nervioso con el anuncio de Iberdrola, canturreando «Iberdrola, Iberdrola» cual perfecto product placement de la vida real… Tranquilidad, al igual que diversión, no vi mucha.
Durante años me han dicho «No son películas hechas para ti» (lo que es cierto, dudo que Segura piense en los críticos de cine sin hijos, y viendo los resultados en taquilla, bien que hace), pero después de esta proyección no paro de preguntarme para quién están hechas. ¿Hay un público al que le hace mucha risa que una adolescente quiera ir a un concierto de Taylor Swift (y ver a Segura vestido como una Swiftie para ridiculizar a su hija fan)? ¿Hay niños partiéndose de risa con el poco ingenioso crossover entre Rocío y Omar Montes? ¿Los guiños para padres, como la referencia a Rodolfo Chiquilicuatre, ‘Torrente’ o ‘Los Serrano’ realmente tienen tirón? No sé si son películas hechas para mí: lo que creo, cada vez más, es que son costumbres adoptadas que, con la excusa del «humor blanco», están hechas para todos y al mismo tiempo para nadie en particular.

Charca sí hay más de una
Hay un concepto que se ha puesto de moda en los últimos años en redes sociales, que es de «la charca». Es peyorativo, pero es innegable que todos somos un poco así, por más que queramos negarlo. Ser charca es llevar la normatividad y lo vulgar hasta un extremo vulgar y parodiable. Cosas como ir a la cola de Doña Manolita, comer en La Tagliatella en San Valentín, ver ‘La Revuelta’ y ‘El Hormiguero’ cada noche, tener Funkos, ver vídeos antiguos de Leo Harlem en ‘El club de la comedia’… O sea, que te guste lo mismo que a todo el mundo. ‘Padre no hay más que uno 5’, de manera muy inteligente, se ha instalado en la charca más absoluta, y no tiene ninguna intención de ir más allá, ni falta que le hace.
Es la película de una generación que tampoco quiere darle media vuelta a las cosas, a la que los hijos le pesan y quiere aparcarlos en verano (no es una expresión mía, lo escuché nada más entrar en la sala), que no quiere quedarse fuera de los hitos del momento pero siempre que no le suene a pensar demasiado, que enciende el móvil en mitad de la película para mirar WhatsApp y sacar una foto a la pantalla, que cree que las películas no tienen una visión política (‘Padre no hay más que uno 5’ es profundamente política… y profundamente conservadora, ya puestos). Santiago Segura ha sabido encapsular un sentimiento popular que no es negativo per se, como la pura normalidad que es, en una saga de películas nacidas para no molestar, dejar descansar el cerebro, comer palomitas e ir a tiro fijo, sin ni siquiera echar un vistazo al resto de la cartelera.
Y eso no tiene nada de malo, porque no todo va a ser cine elevado, ‘Sirát’ y Albert Serra. Tiene que haber cierto espacio para la normalidad más abrupta, las palomitas XXL y recomendar una película para ir con los críos el lunes junto a la máquina del café diciendo «A mí no me gustó, pero los chavales se rieron muchísimo y no dieron la tabarra durante un par de horas». ‘Padre no hay más que uno 5’ no puede engañar a nadie, porque ni su director ha pensado demasiado en ella, ni quiere que el público lo haga tampoco. Por eso tampoco merece una crítica destrozándola, porque sabéis, de entrada, lo que voy a decir sobre ella, y no es bueno. ¿Es necesaria para la taquilla? Supongo que, tristemente, sí. ¿Me alegraría si mañana volviéramos a un cine familiar un poquito más atrevido? Definitivamente. Hasta entonces, toca aguantarse… y estar preparado para decir «Yo no voy» cuando en Espinof me propongan ir a ‘Abuelo no hay más que uno’. Hasta para la charca hay límites.
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