Las reliquias de la época más ‘underground’ de Nueva York, que incluían instrumentos originales de la primera Madonna o los últimos restos del mítico Chelsea Hotel, así como cintas originales del primer disco de Bob Dylan, se malvendieron días atrás en una subasta online en Nueva York.
Tanto que muchos de los objetos que salían a la venta se quedaron sin dueño.
La subasta organizada por Guernsey’s, que abarcaba más de un centenar de objetos, tuvo una acogida tibia y los mayores precios que se alcanzaron –nada desdeñables pero muy por debajo de las estimaciones– fueron 150.000 dólares por tres cintas de Dylan y 54.000 por dos guitarras de la artista Madonna.
Entre los artículos de ganga estaban los letreros de neón que presentaban el hospedaje: dos carteles con la palabra Hotel se vendieron divididas en diez letras que sumaron poco más de 34.000 dólares, y dos Chelsea, con sus letras juntas, sumaron 70.000 dólares, todo ello por debajo del mínimo estimado.
Los dos letreros del restaurante ‘El Quijote’, en unos colores amarillo sobre rojo de lo más español, sumaron unos 2.000 dólares, una fracción de lo esperado y un chollo para el recuerdo de un lugar que fue testigo de cenas protagonizadas por clientes asiduos de la talla del artista Andy Warhol.
Más de la mitad de los lotes a subasta se saldaron con un «pasando», sobre todo viejos muebles que iban desde puertas de habitaciones hasta vidrieras, pero también obras de arte con historia, como un retrato de Patti Smith, ‘collages’ fotográficos de Arthur Weinstein o dibujos de Keith Haring.
Tampoco sirvió el tirón del nombre de Janis Joplin para vender la puerta de su habitación (que aspiraba hasta a 25.000 dólares) o la de su armario (otros 25.000), dejando claro que los tiempos han cambiado, y no solo respecto a la época dorada que vivieron estas leyendas de la música.
Te recuerdo
«Te recuerdo bien en el Chelsea Hotel, hablabas tan fuerte y tan dulce», cantaba Leonard Cohen antes de pasar a una cruda alusión sexual sobre Janis Joplin, su pareja allá por 1972, en una canción que llevaba por título precisamente ‘Chelsea Hotel No. 2’.
Por sus pasillos podía uno encontrarse en aquellos años con Bob Dylan, Jack Kerouac, Patti Smith, Jackson Pollock o Lou Reed, en una ciudad mucho más canalla que la del siglo XXI.
Pero no todo allí era ‘peace and love’: en 1978 encontraron desangrada en una bañera a Nancy Spungen, entonces pareja de Sid Vicious, integrante de los Sex Pistols. Nancy tenía una puñalada en el abdomen y el puñal era de Sid, aunque nunca pudo demostrarse su autoría. El hotel ya se deslizaba hacia el malditismo.
En 2024, el hotel, como el barrio, ha perdido su aura ‘alternativa’, pero los dueños han sabido guardar el sabor ‘vintage’ de sus habitaciones, el vestíbulo, los salones y hasta el restaurante «El Quijote» (sic), que parece un decorado de Hollywood por el que desfilan flamencas, toros, abanicos y todos los tópicos de la España de pandereta.
En una ciudad que adora a partes iguales los mitos y el dinero, los dueños actuales han sabido sacar partido hasta de los cachivaches que iban a ir a la basura y se les ha ocurrido subastarlos: puertas fuera de sus jambas, albornoces gastados, vidrios de colores de las antiguas ventanas, manteles ajados o camas desvencijadas.
Todo, para que sus compradores puedan sentir que adquieren un trozo de historia de la Nueva York más sinvergüenza.
Todo empezó con un vagabundo
Arlan Ettinger, presidente de la casa Guernsey’s, cuenta la historia de esta subasta y añade más capas al mito. Relata que en 2016, un vagabundo que malvivía frente al Chelsea vio que un camión de la basura estaba a punto de llevarse las puertas de los cuartos del hotel, en medio de una reforma frenética y se alió con varios compañeros de fatigas para salvarlas de la destrucción.
Debía de ser un vagabundo muy ilustrado, porque se recorrió las bibliotecas públicas de Nueva York para encontrar libros que contaran la historia del hotel e identificaran en qué habitaciones concretas escribían, pintaban, copulaban o se drogaban los artistas que allí vivían durante largos periodos (de hecho, para muchos de ellos era «su casa», como cuenta Patti Smith en sus memorias Éramos unos niños).
Así recibieron sus nombres esas puertas: Mark Twain, Jimmy Hendrix, Bob Dylan…
Ettinger se permite soltar una puya contra los tigres del mundo de las subastas: según él, el vagabundo y sus amigos llamaron y cargando sus puertas desvencijadas hasta la puerta de Sotheby’s y de Christie’s, pero allí despidieron a los visitantes con voces destempladas solo por su aspecto mugriento.
El caso es que fue Guernsey’s la que se hizo con las puertas rotas y las terminó vendiendo en 2018. Entonces, la puerta bautizada como Bob Dylan llegó a venderse por 125.000 dólares.
En ese momento, los dueños del hotel se dieron cuenta de que podían todavía sacar partido a los pocos objetos originales que quedaban entre los desperdicios. Y decidieron sacar a subasta también un tablón de madera carcomida donde se anunciaba «El Quijote».
El cartel vertical de neón que adornaba el hotel en la Calle 23 era demasiado grande para venderse entero, así que desmontaron las letras, que se venderán individualmente (H-O-T-E-L) en cinco cajas preparadas ad hoc con una batería cada una.
Los excéntricos que en pleno 2024 compraron algún neón tienen en el salón de su casa el brillo, un tanto ajado, de aquel hotel que forma parte de la historia de la Gran Manzana.
Con información de EFE.