La introducción de nuevos ingredientes tanto en Europa como en la recién descubierta América tras la colonización es un llamativo y desconocido tema, quizás por lo habituados que estamos al consumo de patatas, maíz o tomate. Además de ser un asunto muy interesante que explorar en una película si se quiere hablar de la llegada de europeos al nuevo continente.

En pleno siglo XIX, cuando se ultimaba la conquista del oeste, y tras proteger a un inmigrante chino, un cocinero fascinará a toda una población con una receta de dulces cocinados con leche de la que sería la primera vaca lechera de todo el estado de Oregón, y de las que los ricos terratenientes querrán hacer negocio. De esto trata el anticlimático western ‘First Cow‘, el último trabajo de la prestigiosa cineasta norteamericana Kelly Reichardt.

Al igual que la vaca lechera llega a América en el siglo XVIII, las influencias del cine europeo y asiático (más en concreto en el caso de Reichardt) llegan a Estados Unidos donde cineastas ansiosos por encontrar una personalidad alejada de los grandes estudios de cine, presupuestos multimillonarios y estrenos multitaquilla deciden seguir su camino con más fortuna (véase Martin Scorsese, Brian de Palma o Jim Jarmusch) o convirtiéndose en una especie de parodia de lo que debe ser el cine de autor.

Un western de autor lento, excesivamente naturalista

En este segundo grupo incluiría a realizadores como los hermanos Safdie, Alex Ross Perry o la propia Kelly Reichardt, quiénes acomplejados por sus orígenes y temiendo que el público sienta algo, convierten sus películas en vacuos, soporíferos y onanistas ejercicios de estilo que son concebidos en festivales para, a los pocos meses, ser enterrados en esos lodazales que hoy conocemos como plataformas VOD.

Intentando entender que ‘First Cow’ quiere hablar de lo que supone la colonización para sus protagonistas, la película encuentra su discurso entre extendidas escenas donde se explora a sus personajes a través de extensos diálogos que se hacen todavía más largos por la forma exageradamente pausada en la que están dirigidos sus protagonistas; todo avanza en unos tempos excesivamente lentos que en absoluto tienen algún tipo de sentido.

En términos generales el western siempre ha narrado la búsqueda del hogar, de la fortuna, el amor y sus protagonistas, siempre marcados por el destino, emprenden un viaje físico que es metáfora de ese proceso humano que están viviendo. No hay nada de esto en ‘First Cow’, todo es estático, de un excesivo naturalismo y con ninguna solución a la vista.

Kelly Reichardt Kelly Reichardt en el rodaje de First Cow

Si a un planteamiento nada cautivador le sumamos esa pomposa (aunque discreta) dirección nos encontramos contemplando la nada decorada con susurros, larguísimos planos y gente hablando sobre scones (dulce típico británico) y ante nosotros la película avanza pero solo en un sentido temporal, porque en pantalla solo contemplamos a actores recitar ese guión y seguir ese viaje hacía ninguna parte.

‘First Cow’: filmar sobre la nada

Partiendo de que Reichardt busca en su cine hacer un descarnado y más realista que naturalista retrato de cierta América que nunca ha llegado a desaparecer, podemos entender su ‘First Cow’ como un trabajo que intenta explicar los primeros conflictos comerciales que derivarían en la división del país y en la guerra civil norteamericana, pero parece haber un empeño desde la propia escritura de esconder esa reflexión.

Una sola vaca le sirve a la cineasta para lanzar una serie de crítpicas ideas sobre la aparición del libre mercado en la naciente nación de Estados Unidos; el problema es el camino, dos extensas e innecesarias horas llenas de planos cerrados, estirados diálogos y paisajes que componen un trabajo que entendemos que quiere ser lírico pero sin una razón ética.

Al igual que esa vaca llega a Oregón, las influencias de oriente llegan a las escuelas de cine americano y al igual que esta vaca pudo aportar riqueza y nuevos productos a toda una región, las ideas estéticas, éticas de las cinematografías europeas y asiáticas han propiciado una fábrica de egos.

Cineastas que reniegan de sus orígenes, preocupados por lo que un grupo de intelectuales pueda pensar de ellos, año tras año, película tras película, siguen empeñados en filmar sobre la nada sin darse cuenta que dice más de su sociedad y cultura cualquier película de superhéroes, y no trabajos condenados desde su concepción al olvido perpetuo.

First Cow