Tenía grandes planes para su retiro. Tanto, que aceleró el momento de hacerlo, ansioso por ponerlos en marcha. A los 54, decidió que ya eran suficientes los 31 años que le había dedicado a la abogacía y era hora de desacompasar el ritmo y dedicarse a sus pasiones: la escritura y el voluntariado.

Estudiante en Columbia, su idea inicial había sido Literatura aunque finalmente se decidió por Derecho. Ahora llegaría la revancha. La vida, sin embargo, tenía otros planes para Neil Selinger. A poco de haber dejado su trabajo, le diagnosticaron ELA, esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad progresiva del sistema nervioso que causa pérdida del control muscular, no tiene cura y por acá padecieron Fontanarrosa, Piglia y ahora Esteban Bullrich.

Imposibilitados de elegir lo que nos pasa, al menos en buena parte, sí podemos decidir qué hacer con ello. Y Selinger lo supo: mientras su cuerpo se deterioraba irremediablemente, empezó a escribir. El resultado fue “A Sloan product: a memoir of a lost boy” (“Un producto Sloan: memorias de un chico perdido”), en el que recrea la experiencia de crecer en una familia inmigrante en el corazón de Nueva Jersey, dueña de un negocio mayorista de papel y juguetes.

Al retirarse de la actividad profesional Selinger se había anotado en el Instituto de Escritura de la Universidad Sarah Lawrence. Mientras, el mal avanzaba: perdió el habla, del bastón pasó al andador y después a la silla de ruedas, hasta quedar inmovilizado casi por completo.

Se dio el gusto de presentar su libro y poco antes de morir escribió: “A medida que mis músculos se debilitan, mi escritura se vuelve más fuerte. A medida que voy perdiendo la capacidad de hablar, conquisto mi voz. A medida que me reduzco, crezco. A medida que pierdo tanto, finalmente empiezo a encontrarme”.