Cuando hablamos de cine de animación contemporáneo, no es complicado que nuestro cerebro viaje automáticamente hacia una misma dirección, encaminando nuestros pensamientos hacia los dominios de las todopoderosas Disney y Pixar, e ignorando a una DreamWorks Animation que lleva una larga temporada encadenando éxitos comerciales a golpe de talento, diversión sin pretensiones y buena mano al calcular los targets de su cine.

Desde su debut por todo lo alto con ‘Antz’ en 1998, licencias como ‘Shrek’, ‘Madagascar’, ‘Kung-Fu Panda’, ‘Los Croods’ o ‘El bebé jefazo’ han sabido atraer a públicos de todas las edades en producciones, posiblemente, menos trascendentales que las de la competencia directa, pero que brillan al capturar la esencia del entretenimiento más puro sin necesidad de vanguardismos técnicos o narrativos.

Con ‘Los tipos malos’, el estudio eleva el listón en cuanto a calidad se refiere respecto a la olvidable —y, aún así, tremendamente rentable— ‘El bebé jefazo: Negocios de familia’; adaptando los libros ilustrados de Aaron Blabey en un largometraje tremendamente divertido y repleto de aciertos en múltiples aspectos, pero lastrado por la excesiva previsibilidad de un guión que revela sus secretos demasiado pronto.

Encanto sin sorpresas

Durante su ágil secuencia de introducción, ‘Los tipos malos’ opta por abrir su abanico de referentes y lanzarlos sobre el patio de butacas. De este modo, la conversación de apertura en un diner y la posterior presentación del equipo protagonista no dea lugar a dudas al sugerir una suerte de aventura con atracos y redenciones de por medio que adapta al público infantil la esencia tarantiniana y lo visto en la saga ‘Oceans’ de George Clooney —a quien se hace una referencia directa—.

No obstante, aunque estas fuentes de inspiración conecten con el público más entrado en años, a quien se apela con inteligencia en numerosas ocasiones, ‘Los tipos malos’ centra su mayor parte de esfuerzos en los más pequeños de la casa; y lo hace a través de un calculado sentido del humor, de un discurso moralizante de fácil digestión y, lamentablemente, de una trama que, más allá de la sencillez, se adentra en los terrenos de la simplicidad.

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Obviamente, nos encontramos ante un producto dirigido a un público potencial muy claro, pero esto no justifica que, tan sólo viendo su primer acto, seamos capaces de anticiparnos a todos y cada uno de los giros dramáticos principales que se irán sucediendo a lo largo de su ajustadísimo metraje de 100 minutos. Pero, por suerte, esto es un pequeño escollo que queda rápidamente enmascarado por dos de las grandes virtudes de la película.

La primera de ellas es un tratamiento audiovisual más que notable que, pese a dejar algún que otro plano demasiado desaliñado —con un único personaje en pantalla y fondos demasiado simplones—, luce a las mil maravillas al jugar con las tasas de frames y los elementos en 2D para imitar el estilo de las ilustraciones originales en las que se basa de un modo que, salvando las distancias, recuerda por momentos a lo visto en ‘Spider-Man: Un nuevo universo’.

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Pero, donde realmente brilla el conjunto, es en un reparto de voces original que insufla vida y energía al surtido de protagonistas y antagonistas, y en el que figuran intérpretes de la talla de Richard Ayoade, Sam Rockwell, Awkwafina o Zazie Beetz. Lamentablemente, en España, quien opte por la versión doblada tendrá que conformarse con maestros del doblaje como Santi Millán, Sara Carbonero, la streamer Gemita o el youtuber Nil Ojeda en otra muestra deleznable del uso de «star talent».

Cuerdas vocales aparte, no cabe duda de que ‘Los tipos malos’ triunfa al brindar un cóctel de comedia, escenas de acción resueltas con una habilidad y un dinamismo impropios de un debutante, personajes encantadores y mensajes edificantes para toda la familia. Elementos más que suficientes para que un escéptico como un servidor no ponga ninguna pega a la idea de entregarse a los placeres que pudiese ofrecer una más que probable secuela.