‘Avatar’ es uno de los fenómenos más curiosos de la historia del cine: la segunda película más taquillera de la historia, la que todo el mundo ha visto (tanto que, por experiencia, la gente hasta llega a ofenderse cuando dices que tú no)… Y de la que no ha habido franquicia, merchandising o poso en la cultura popular. Todo el mundo la ha visto, todos saben que habrá una secuela (y que romperá la barrera de los mil millones de dólares) y cualquiera con el que hables te dirá que la experiencia de verla en tres dimensiones es impresionante.

Pero a lo largo de los años me daba la impresión de que estas palabras vacías («impresionante», «increíble», «único») también podían definir un documental de delfines de IMAX. Así que, intentando obviar las bromas con ‘Pocahontas’ y ‘Los pitufos’ y sabiendo que no tengo 3D disponible con el que maximizar la experiencia, me dispuse a subsanar uno de los mayores pecados de mi vida como cinéfilo: en 2022, por primera vez, vi ‘Avatar’.

Éywa ngáhu

La gran mayoría de los que vieron ‘Avatar’ en el cine durante su estreno destacan lo mismo: lo impresionante que era el 3D, la impresión de profundidad real que daba y cómo no fue igualado en ningún momento por la ola de películas que trataron de imitarla (de manera bastante pobre) inundando nuestras pantallas durante años. ‘Avatar’ modeló el entretenimiento de tal manera que incluso, en plena fiebre por el formato, Nintendo lanzó una consola cuya única razón de ser era el 3D (sin gafas). Cuando la fiebre se pasó y, como en los años 50, las tres dimensiones dejaron de ser la moda del momento, la 3DS pasó a llamarse… Nintendo 2DS.

Pero ‘Avatar’ quedó anclado como testimonio de una época, un cierre de la década de los 00 que, vista ahora en un televisor, ha perdido la mitad de lo que la hacía única. Las emociones colectivas se evaporan y queda una cinta de aventuras poco sorprendente que destaca por unos diseños de criaturas pretendidamente feístas (uno de los motivos por los que no hay merchandising posible de una obra como esta) y un lore abismal que se refleja muy levemente en el metraje. La obra de James Cameron, quitándole su truco visual, comete el peor de los pecados que puede cometer una película: causar absoluta indiferencia.

Avatar 2

Por supuesto que sigue habiendo escenas impactantes: el vuelo en Pandora, las carreras entre los árboles, la lucha final… Pero en su gran mayoría son un simple remedo de tópicos cinematográficos apoyados casi exclusivamente por un CGI que visto ahora, y sintiéndolo mucho por los fans, no sorprende. No le quiero quitar ningún mérito ni a Cameron ni a todas las cosas que su equipo se inventó para hacer ‘Avatar’ y que, de verdad, remodelaron la industria. Pero, una década después, ni sorprende ni emociona.

Voy camino a Pandora, ¿tú hacia dónde vas?

Por supuesto que ‘Avatar’ es una pieza clave de la historia del cine desde el punto de vista técnico. Es innegable. Revolucionó la industria como pocas películas lo han conseguido en las últimas décadas, pero lamentablemente es un envoltorio muy bonito a una aventura que solo está a la altura de las circunstancias de forma ocasional. De hecho, hay que pasar muchas cosas por alto para poder disfrutar de ella: exige al espectador que se deje llevar pero no hace nada por tratar de engancharle.

Avatar 4

‘Avatar’ es el salvapantallas perfecto, un mundo precioso modelado al milímetro en el que no importa nada de lo que pase y en el que los personajes principales son simples caricaturas que apenas van más allá de «la científica», «el bueno», «la chica» y «el malo». No hay matices y los dos únicos viajes que vemos entre personalidad inamovibles son, en el fondo, iguales: pasan de pensar de una manera a hacerlo de otra, uno por convicción (Jake) y otro porque al guion le viene bien (Trudy).

Aunque el planeta, su historia, los clanes Na’vi, fauna y flora son apasionantes y se nota que el equipo ha estado encima de la producción en todo momento, la película es una continua promesa, una simple presentación que no va más allá. Los mismos conceptos se repiten una y otra vez y el sense of wonder se pierde progresivamente, hasta llegar a una lucha final tan espectacular en lo formal como vacía en el contenido. Vale, sí, Pandora es muy bonito, pero… ¿Hay algo más detrás de este telón tan cuidado o este era todo el espectáculo?

Volaré, uoh oh

El viaje del héroe está prácticamente telegrafiado, casi calcado del libro de Campbell, dejando lugar para la sorpresa tan solo a los espectadores más inocentes. Por ejemplo, cuando la película repite tres veces que hubo un antiguo guerrero mítico que consiguió domar a una mítica criatura llamada Toruk, sabes que Jake conseguirá hacerlo tarde o temprano (de la manera más simple y tonta, además): si el espectador está sorprendido por la supuesta inusual belleza y sorprendido por las tres dimensiones, ¿hace falta también que lo haga con el guion?

Se puede argumentar que ‘Avatar’ es una película hecha para dejar la mente en blanco y maravillarse, como si se tratara de un bálsamo reparador, una demo técnica o unas vacaciones en el Caribe, y es cierto. Además se nota que Cameron y su equipo pusieron amor, ganas, emoción y eran conscientes de que estaban cambiándolo todo. Y, pese a todo, no hay motivo para no pedirle más. La aventura es tan blanca y deudora de los tópicos más básicos que no hay manera de que deje ningún poso (algo que refutarían en un fabuloso episodio de ‘How to with John Wilson’, por cierto).

Al final, ‘Avatar’ es una película hija de su tiempo, que tuvo sentido hace trece años pero que ha dejado más legado en su parte técnica que en el imaginario popular. No importa lo mucho que la cinta intente crear momentos icónicos o introducir conceptos revolucionarios: el qué queda siempre tan supeditado al cómo que es imposible crear una emoción real en el público más allá del apartado visual.

Por supuesto, la película va a volver a ser un éxito en su reestreno y ‘Avatar: el sentido del agua’ romperá la taquilla, pero desde el tráiler se ve que la historia o los personajes pasan a un segundo plano. Esta secuela es consciente de que las sensaciones visuales son mucho más importantes que la película en sí, y más aún en un mundo en el que los sentimientos tienen tanta importancia como la verdad: nadie recuerda una sola escena de ‘Avatar’, pero sí la sensación de embelesamiento y ensoñación continua. No es fácil crear una película que más que una cinta que referenciar sea una experiencia colectiva que, si no viviste, te ha dejado totalmente fuera. Es mi caso y ahora sé que el gran error ha sido intentar recuperar en televisión lo que no pude vivir en cine. Quizá en la secuela. Quién sabe.