Duro de Matar, Depredador y El último gran héroe: tres de una serie de películas que alteraron para siempre el cine enorme, de tiros, y lo hicieron de la mano de un autor que miraba por igual a sus ideales y a sus fuentes europeas: John McTiernan. El creador de una forma de cine, de un cine adorado, pisó el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y convirtió lo que parecía sería una fiesta de nostalgia en un universo de ideas enojadas, lúcidas y sentidas sobre Hollywood (él mismo Hollywood que el desterrado McTiernan refundó). 

—Hablaste en tu charla en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata sobre superhéroes, sobre la industria de la representación de la imagen a lo largo de siglos y su vínculo con el poder. En ese sentido ¿qué sentís que representan tus films hoy?

—Lo que sucede hoy en Hollywood me que hace sentir en problemas y aturdido. Está lleno de fascistas. No quiero que suene a hipérbole. Hablo de fascistas, de reales fascistas. Y quizás estén a cargo del poder. Las películas de superhéroes, y lo digo hace 20 años, son fascistas: son historias de gente que no es gente, y sin saber cómo funciona toda esa maquinaria, creo que hay una conexión entre el control del medio dominante del momento y lo que sucede políticamente en ese momento. Entonces no se puede ser tan inocente. Si la Revolución Francesa no sucede, el mundo, incluyendo el medio dominante a la hora de los relatos en ese momento, hubiera sido muy distinto. Mucho de lo que se ha contado, en medios dominantes de narración, ha tenido que ver con el avance del mundo, de una forma u otra, y yo siento que eso no ha sucedido con nuestra generación. 

—¿Qué dice eso entonces sobre tu cine, o si preferís, sobre tu generación? ¿O qué te hace sentir?

—Me hace sentir muy triste. Me hace sentir que estábamos acomodando las sillas mientras otros planeaban dominar el mundo, una sensación que te hace sentir muy…viejo…tengo 70 años. Pero te aseguro que si tuviera 25 años sería algo completamente distinto. Pero me parece que hay determinadas cosas, si sos joven, que tu moral, sea lo que sea, debería obligarte a enfrentar. Los ricos han logrado generar un control casi absoluto sobre los Estados Unidos. Los poderosos son los mismos desde hace siglos, y siempre hacen lo mismo: sacar la mayor cantidad de valor del tiempo y trabajo de otros. Hay que enojarse. 

—¿Qué es entonces el cine hoy para vos en esa mirada?

—Tuve siempre una buena educación sobre lo que estaba haciendo el cine norteamericano y el cine europeo. Siempre estuve viendo lo que sucedía. Y creo eso hacíamos. Pero entiendo, hay cosas inevitables: no podes mentir en una película. Hay muchas decisiones, hay demasiadas cosas. Una película es una radiografía del corazón de una persona. Vi la primera película de Oliver Stone, su ópera prima, y la odie: era un film tan atormentado. Tuve que correr del cine. Probablemente era una película muy pura. Siento que ahora que lo pienso no se puede esconder quien eres, quieras o no. La película también tiene que tener un buen corazón. La audiencia se da cuenta. El mensaje más profundo que podes generar al final no es el político: es ese corazón, y sí haces una película enorme, de Hollywood, mejor que tenga un buen corazón y una buena alma. No sé si yo la tengo, pero siempre quise que mis películas los tuvieran. Entonces quizás hay ahí una clave de porque uno puede estar enojado, o sentir que no ha hecho mucho. Pero venir a estos lugares, con tanto amor, genera quizás algo, y te muestra una sensación distinta a la hora de lo que has hecho.

La espalda a los estudios

—Gran parte del cine moderno está basado en tu forma de contar ¿qué sentís que hay de los relatos que educaron en los relatos que lograste crear?

—Creo que lo primero en mi trabajo es el dominio de la técnica, la historia la han contado otros. Pero entiendo: el cine es un arte comunal, aunque yo siento que nuestros avances tenían que ver con entender como la cámara se mueve. Siento que es más casi ingeniería. Siento que tiene que ver más con haber logradoa  nivel formal cosas que antes no se hacían. Los relatos, el cuento, es de otro. Y yo lo construyo. 

—Hablaste como “Duro de matar”, uno de tus clásicos de acción, miró un poco a lo que hacían lo que hacía los europeos como Bertolucci con la cámara ¿podés expandir un poco eso?

—Casi me despiden de Duro de matar. Los payasos me decían que no podía hacer eso. Desde cosas simples, como cortes en cámara, hasta cosas más pesadas. Pero sentíamos que estábamos inventando cosas. Era importante saber la mecánica del aparato. Hay cosas que uno puede hacer si sabe usar su instrumento. En la música, hay ciertas notas que podes tocar y hay otras que quizás son altas para tu secuencia anterior. Pero quizás, si eres inteligente, se puede. Eso fue lo que hacíamos: cada vez que quieres hacer algo nuevo, hay alguien con poder que no quiere que lo hagas. Al menos yo lo viví así.

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