Con una máquina de escribir que le regaló su mamá, torció su destino de zapatero.

Se cumplen hoy 40 años de la muerte de Tennessee Williams, el escritor maldito que retrató la decadencia del Sur estadounidense antes de la revolución sexual de los ‘60. Nadie lo recordaría ahora si se hubiese puesto a vender zapatos como quería su padre.

Pero él, que arrancó torcido y pudo enderezar su destino, entendió pronto que no todos tenemos un lugar en el mundo, pero todos tenemos un horizonte. Y así, luego de reponerse de una enfermedad que lo postró un año en la cama, salió a comerse el mundo con la máquina de escribir que le regaló su mamá, ama de casa, sumisa ante la violencia de su esposo alcohólico.

Tennessee Williams con su máquina de escribir. AP


Tennessee Williams con su máquina de escribir. AP

A los 16 años ganó sus primeros cinco dólares, la zanahoria que le abrió la puerta para escapar de su vida pueblerina. Fue en un concurso donde tenía que escribir algo de lo que no tenía la menor idea: ¿Puede una buena esposa ser una buena amiga? Salió tercero.

Alentado por ese talento precoz para la escritura, comenzó a estudiar periodismo en la Universidad de Missouri, pero su padre lo obligó a abandonar para que ocupara su tiempo en cosas de “hombres”.

Como muchos homosexuales nacidos a comienzos de 1900, Williams tuvo que enfrentarse al machismo de la sociedad. Tanto, que lo consideraron indigno de representar a su patria en combate.

Nada, sin embargo, detuvo su pasión arrolladora: convirtió en obras de arte cada una de sus miserias. Cuando en 1947 estrenó Un tranvía llamado deseo (texto con el que ganó el premio Pulitzer), abordó los temas que lo persiguieron a lo largo de su vida, la homosexualidad reprimida, el deseo, la violencia y hasta la locura que padeció en su juventud. Si la escritura es honesta, no puede ir separada del hombre que la ha escrito, afirmó el autor. Y habrá que creerle.

Mirá también